CUANDO LA PINTURA ENCONTRÓ AL CINE
¡Esa no es mi madre!
¡Esa no es mi madre! ¡Me la han cambiado! Eso es lo que diría el artista James Whistler si levantara la cabeza y viera lo que el descerebrado de Mr. Bean ha hecho con el retrato que él pintó en 1871.
Todos tenemos guardado en la memoria el desastre que hizo la señora Cecilia Giménez en el 2012 con el fresco del Ecce Homo que había realizado Elías García Martez en el Santuario de la Misericordia, en Borja, Zaragoza. Pues bien, unos cuantos años antes, quince exactamente, en el film Bean, del director Mel Smith, un vigilante de sala de la célebre National Gallery de Londres, es enviado, por la Junta Directiva del mismo, a Los Ángeles con el propósito de deshacerse de él. El falso experto en arte viajará con el óleo La madre de Whistler que ha sido comprada por la Galería Gierson y deberá pronunciar un discurso el día de su presentación en tierras americanas.
Un desafortunado accidente ¡otro más en su curriculum! hará que el cuadro se estropee cuando Mr. Bean que lo está contemplando, estornude encima suyo y lo limpie con su pañuelo haciendo que la pintura se mezcle con la tinta que manchaba este. En vez de solucionar el problema lo agrava aún más rociándolo con un producto corrosivo que no elimina la mancha sino que borra todo a su alrededor, incluida la cabeza de la señora madre de Whistler.
Para más inri, no se le ocurre la mejor idea que dibujar, con su bolígrafo, una nueva cabeza de su propia cosecha en forma de monigote, un rostro sin pelo y con una nariz exageradamente larga.
Complicada situación en la que se encuentran los dos amigos y de la que tratarán de salir vivos colándose el torpe vigilante por la noche en la galería y dándole el cambiazo a la pintura por un barato póster con su reproducción ¡otro torpe segurata no lo descubre!
El gran día ha llegado, el salón de actos está lleno de gente que viene a admirar la obra incluido el donante, el rico general Newton que lo compró por 50 millones de dólares o el dueño de la galería, George Gierson que asiste atónito a la charla-conferencia que da el mentiroso doctor.
He aquí el speech que se marca Rowan Atkinson como Bean y a continuación la verdadera descripción de la obra de arte.
Hola, soy el doctor Bean, aparentemente y mi trabajo es sentarme y ver los cuadros. Y bien ¿qué puedo decir de lo que he aprendido de este cuadro? Bien, bueno, primero, es bastante grande, lo cual es excelente porque si fuera muy pequeño, esto es microscópico, ninguna persona podría contemplarlo y eso sería una pena tremenda. Segundo, ya estoy bastante cerca del final del análisis de este cuadro. Segundo, ¿qué hay aquí que merezca que ese hombre de ahí pague 50 millones de sus dólares americanos por este retrato? y la respuesta es bueno, este cuadro cuesta tal cantidad de dinero porque es un retrato de la madre de Whistler y por lo que yo he aprendido junto a mi íntimo David Langley y su familia, las familias son muy importantes y aunque el señor Whistler sabía perfectamente que su madre era una vieja bruja horrible y que parecía que se le había clavado un cactus en la espalda, permaneció con ella e incluso llegó a tomarse la molestia de hacerle este increíble retrato, no es solo un cuadro, es un retrato de una vieja bruja que tenía en un pedestal y eso es maravilloso, por lo menos eso pienso yo.
Arreglo en gris y negro º 1, sin embargo es mucho más. Mide 144´3 cms x 162´4 cms y se fecha en 1871. Usando solo el gris, negro y breves apuntes en blanco, consigue una armonía de color que hace destacar de todo el conjunto el retrato de su querida madre, Anna Mc Neill Whistler a la edad de 67 años, sentada de perfil florentino, moda en el siglo XV, sobre una silla con majestuosa compostura y apoyando sus pies en un pequeño escabel.
Viste de luto y a la moda victoriana apoyando sus brazos en el regazo y expresando una gran sensación de quietud y aparente calma ¡todo lo contrario al ritmo vertiginoso del film de Mel Smith en donde siempre están sucediendo cosas! Todo se centra en ella y deja en un segundo plano lo demás, apenas esbozado ¡como si fuera un apunte! un fondo neutro de color o la pared de ese interior donde parece estar recortada o flotando la figura de la mujer y lugar donde se cuelgan dos pequeños cuadritos, a la derecha o aparece una cortina a la izquierda, con estampado vegetal, influencia del grabado japonés, algo que artistas postimpresionistas como Paul Gauguin o Vincent Van Gogh llevarán como bandera de lanza.
Whistler ilumina las manos y rostro con la luz que desprende una lámina del río Támesis enmarcada, algo que repetirá en muchas de sus obras y es que entre 1859-1871 se estableció en Londres realizando una serie de grabados que capturaban el ambiente nebuloso en los paseos que este daba en las orillas del río Támesis.
No es muy común ver posar como modelo a las madres de los artistas y menos aún en esa postura de perfil y sentada en una silla o butacones, entre los más conocidos el de la madre de Durero que si da el perfil que afirmaba Bean como vieja bruja u otros menos famosos como el de la madre de la pintora Mary Cassat, a la que conocería en París, María Picasso o la de Pancho Cossío, ya en el siglo XX.
No puedo olvidarme de su marca que pinta en el interior de la cortina como una decoración más, una mariposa estilizada con aguijón y larga cola rodeada por un círculo claro u oscuro.
¿Y donde está el verdadero óleo del siglo XIX? ¿Qué hizo nuestro amigo con él? Fácil contestación. En su casa de Londres puede ver cada noche junto a diferentes fotografías con los Langley, el original dañado, una madre norteamericana que ha adoptado.
Menos mal que esto es ficción y nada más que ficción. En realidad La madre de Whistler, fue comprado a su creador por Francia que lo cedió al Museo de Luxemburgo, en París, en 1891, exhibiéndose después en el Museo del Louvre, desde 1922 a 1986 y acabando en una de las salas del Museo d´Orsay donde podemos contemplarlo en la actualidad.
Comentarios
Publicar un comentario